Cuando la soberana se detuvo, Anya vio cómo dos animales se acercaban con cautela. El sol se filtraba por las ramas e iluminó el pelaje dorado de uno de ellos; su hocico era grande, afilado, elegante, sus ojos de color miel. Era Tessa, la loba alfa del territorio de Eleóbar. El otro tenía el pelo negro, su mirada resplandecía con la luz y hacía ver sus ojos más azules de lo que realmente eran. Se llamaba Yago, el compañero de Tessa. Anya los conocía bien; la manada que habitaba cerca de su reino las había protegido siempre.